miércoles, 26 de marzo de 2014

Siete meses, siete han pasado ya desde que no estás




Hace siete meses tomé la decisión más dura de toda mi vida. Ella siempre se ponía muy triste cuando mis padres viajaban, dejaba de comer y de jugar, pero ese siempre un día cambió. Esta vez no era igual, esta vez no era esa tristeza, esta vez la pasaba algo de verdad. 

Mis días pasaban en silencio, mi familia llamaba para saber que tal estábamos y yo entre silenciosos sollozos,  - está bien, solo triste porque no estáis vosotros… Pero no, por mucho que yo quisiera que fuese así, ella ya no podía caminar, no comía ni me pedía pan mientras comía yo. Ya no me seguía a todos los lados de la casa ni ladraba cuando llamaban al timbre.

Su pequeño cuerpecito se empezó a agotar en apenas unos días, y con él mi sufrimiento empezó a ser cada día más grande. Mi miedo a que pasase estando yo sola me invadía desde hacía días y siempre supe que ese día iba a estar yo sola. 

Entré en casa junto a unos amigos, y cuando Marta la vio sus palabras me dolieron más que mil cuchillos, - A la perrita la pasa algo, no están bien, lo sé por experiencia, llevarla al veterinario. Mi mundo se me desvaneció por un momento, sabía que si la llevaba quizás ya no saliese de allí.

Pocas horas más tarde volví a casa y allí estaba, tumbada… mi pánico fue horrible mi ansiedad apareció y mi llanto ya nada lo podía calmar, sabía que ya no había marcha atrás y que la decisión estaba en mis manos, llamé a mi padre sin que mi madre lo supiese, y me dijo que hiciera lo que yo pensara que iba a ser mejor. 

Por la noche tomé la decisión, me juré a mí misma no verla sufrir más, no hacerla que gastara sus últimos cartuchos por tenerla unas horas más conmigo, me parecía demasiado egoísta por mi parte si alargaba su agonía. Preparé una sábana, la metí en su camita y sentada en las escaleras la dije cuantísimo la quería, lo que la iba a echar de menos y lo buena que había sido durante estos 16 años. La di las gracias por tantos buenos momentos y por su amor incondicional. 

Ella apenas podía ya respirar y sus alegres ojos negros se iban cerrando poco a poco. No pude acompañarla en esos momentos, era demasiado duro para mí. Gracias prima por tus abrazos y tu consuelo, tu apoyo durante esos días y gracias mi amor por ser tú el fuerte e ir a darle tu último adiós, no sabes todo lo que hiciste por mi esos días, gracias por secar mis lágrimas y abrazarme cada noche y hacerme reír recordando las cosas que hacía ella.  La veterinaria le dijo que ya poco se podía hacer, él preguntó que si iba a sufrir, ella negó con la cabeza… y Jana cerró sus ojitos para siempre.
Mis padres a cientos de kilómetros de casa, mi hermana en sus tan ansiadas vacaciones después de un año de trabajo, ¿Cómo iba hacerlo? No podía contárselo, no quería… Así que cinco largos días estuve fingiendo lo bien que estaban las cosas por aquí.
No fue fácil dar la noticia, cuando se acaban las vacaciones vienes pletórico de lo bien que lo has pasado, con el moreno de playa que has cogido durante esas largas jornadas de sol tumbados sin ninguna preocupación, y por un momento todos esos días de felicidad se esfuman.
Muchas noches agarrada a su collar, llorando sin parar, mirando su foto y pensando en que no voy a volverla a ver nunca más. 

Pero poco a poco el recuerdo va siendo más fuerte, y las lágrimas ya no brotan todos los días. Incluso he podido terminar este post que tantas veces he querido escribir pero nunca he tenido las fuerzas suficientes para hacerlo sin derramar una lágrima. Hoy la llevo grabada en mi piel.

Allí donde estés espéranos mucho tiempo, mi Janita. Te quiero

2 comentarios:

  1. Nunca entenderé el sentimiento que se siente por un animal, pero sí el sentimiento que se siente al perder a un ser querido. Desde arriba estará orgullosa de ti. Eres fuerte. Lo sé. Lo sabes. Te quiero Laracaca.

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